lunes, 19 de enero de 2009

Base material y autogestión - No estamos hechos de aire

No es la intención de volver a los viejos debates entre anarquismo y marxismo, más teniendo en cuenta que el mismo marxismo más de una vez no supo qué hacer con su propio tesoro teórico y práctico. La cuestión del materialismo, en cuanto propuesta filosófica basada en la inmanencia, el ateísmo, el uso de la razón y de la ciencia, es común tanto al anarquismo como al marxismo. Pero las aguas se dividen a la hora de enfatizar o no la famosa “base material” condicionante del accionar humano.

Exceptuando los grises y cruces entre ambas tradiciones, puede decirse que, a grandes rasgos, las tradiciones políticas marxistas han puesto mucho énfasis en las condiciones materiales de producción y en la economía a la hora de intervenir, mientras que las anarquistas ponían énfasis en la libertad de acción y de vida de los sujetos individuales y colectivos. Esto no es exactamente así, sólo estoy mencionando lo que más “bulla” hizo en los siglos XIX y XX, y no hace justicia a la diversidad de prácticas que se han sustraído a las líneas doctrinales, filiaciones autorales, etc.

Siendo groseros, podemos decir que la versión del materialismo que conocemos como integrante del marxismo es una versión burda instaurada por el marxismo-leninismo-stalinismo, y sigue siendo la que se difunde incluso en ámbitos académicos y extra-partidarios aunque éstos no tengan nada que ver con una filiación partidaria o de corte téorico tradicional.

Las tendencias anarquistas, históricamente se han preocupado más por la libertad en acto, por la construcción de dispositivos materiales de ayuda mutua, por lo tanto no han legado una abundante literatura teórica que adopte como un tema especial a la economía y a sus modos de producción, dado que para la libertad, al realizarse en términos de actualidad, un diagnóstico de la estructura social es de muy poca utilidad.

Esto es cierto ya que esos diagnósticos han sido de poca utilidad para los marxismos políticos cuando se les presentó la oportunidad de tomar en sus manos la sociedad y su Estado. En términos prácticos, han reproducido mecanismos de producción despóticos tomados del taylorismo y del fordismo. En este sentido, mi posición es más cercana al anarquismo que propone una realización actual de una sociedad diferente, independiente de delirios programáticos y abstractos. Por supuesto no hablo del anarquismo en general, porque por ejemplo, el anarco-sindicalismo tiene una fuerte impronta programática con la cual no concuerdo.

No quiero entrar a seleccionar de la inmensa variedad de posiciones teórico-prácticas de ambas tradiciones, sería muy interesante reflotar o reinterpretar algunas pero esto ya excede los propósitos de mi ponencia.

Volviendo al tema de la base material: si lo que importa es concretar la libertad ya, ¿porqué detenernos a pensar en cómo construimos la economía, en cómo garantizamos nuestra subsistencia?

Primero, porque el saldo de la militancia en los siglos pasados comprobó que no había un camino privilegiado para el cambio social. De hecho los hubo muchísimos, y los más originales, como la autogestión española han durado el tiempo que les permitió la época entre guerras mundiales. Noten que digo que han durado un tiempo limitado y no que han sido derrotados. Me voy a explayar un poquito sobre esto.

Hay un historiador francés de las revoluciones llamado Sylvain Lazarus, muy inteligente, sustrae al problema de la duración de las revoluciones a las variables militares del triunfo o de la derrota. El dice que las revoluciones se “agotan”, porque la potencia desencadenada por fuerzas libertarias tarde o temprano se desgastan tratando de enfrentar los problemas internos que conlleva tener que concretar, gestionar y garantizar su cotidianeidad, su economía, sus instituciones, su política, más teniendo en cuenta la amenaza de los enemigos que todo el tiempo producen desorientación acerca de las decisiones a tomar y termina desgastando esas fuerzas.

No tiene sentido hablar de derrota, es como decir que una manzana cayó del árbol derrotada por la gravedad. Una revolución se agota del mismo modo de la manzana que cae. Sólo tiene sentido reflexionar ante las situaciones, sus desafíos y las estrategias. Quedarnos en el tema de los fracasos o de las derrotas supone un ideal de duración eterna de las cosas.

Volviendo al tema político: la cuestión del Estado, por ejemplo, dividía a los marxistas o anarquistas sólo una cuestión de tiempo: al Estado se lo abole ya o en un tiempo por medio de un proceso de toma del poder. Pero hoy nos damos cuenta que ambas actitudes emergían en medio de un suelo agitado, el de las masas obreras europeas organizadas de los siglos pasados.

Y es por eso que hoy, en condiciones muy diferentes, lejos de existir masas obreras organizadas y anticapitalistas, nos parece un tanto lejana la posibilidad de abolir el Estado (más cuando hoy suele ser el último aseguro ante la miseria extendida, y ante la atomización radical de los lazos). Pero no es lejana por los mismos motivos que los marxistas, porque nos dimos cuenta de que tampoco tomando el poder el día de mañana se resuelve nada.

Creo que nuestra época nos obliga a producir un híbrido inédito: la síntesis entre libertad en acto y organización de fuentes materiales de subsistencia. Es cierto que ya se hicieron experimentos de este tipo, pero lo cierto es que no se ha reflexionado suficiente acerca de la necesidad de ambos de combinarse para ser efectivos. No se ha reflexionado mucho sobre esto porque el cielo estaba cerca de las manos y está bien: siempre obramos según las necesidades y según las situaciones.

Ahora que el cielo parece estar muy lejos, y donde la prédica militante parece encontrar tan poco eco masivo como las fábricas recuperadas o los mercados solidarios, nos encontramos con un doble problema: discursos que no tienen efectividad para interpelar y organizar, organizaciones materiales que se enfrentan a los límites del mercado capitalista, obligando a la particularización. El canto de sirena del marketing nos arrincona a tres opciones: a seducir, a trabajar con la imagen, a redoblar eternamente los mismos discursos y estrategias, o quedarnos en la espera pasiva de tiempos mejores -pero en general vienen peores.

La salida del corset mercantil -y ya no sólo estatal porque el Estado también se convirtió en una mercancía más- nos vuelve a girar la mirada a las condiciones materiales.

Y aquí es donde podemos rescatar el núcleo más interesante del marxismo, que no se reduce al famoso análisis de los modos de producción, de las formaciones sociales, de la determinación en última instancia de la economía.

Ese núcleo es más elemental y crucial: el ser humano y su cultura se caracteriza por su manera de conseguir su alimentación y reparo. La lucha por el alimento, que viene consagrada bíblicamente por la sentencia “con el sudor de tu frente conseguirás tu sustento” es lo que sigue operando en las instituciones que supimos construir, de tal modo que allí donde no parece jugarse realmente un problema de obtención del sustento (Hegel diría: estamos ante una lucha por el reconocimiento), es justamente donde lo material sigue condicionando.

Lo que Marx analizaba como fetichismo de la mercancía, o como ideología, es en realidad muy simple: es el olvido de las condiciones materiales, el olvido de que en realidad nuestras conflictos simbólicos, culturales, afectivos, están mediados por la manera en que movilizamos nuestras energías, saberes, fuerzas para conseguir o producir nuestro alimento. No interesa tanto escrutar la génesis de ese olvido, buscando alguna supuesta esencia humana que goza por ser dominada, a algún balance desequilibrado entre fuerzas objetivas y subjetivas, que tanto gustan de analizar las ciencias sociales. Tampoco el señalamiento de ese olvido iluminará al alienado y lo llevará por la buena senda de la desalienación, porque si no le propongo un dispositivo práctico para desalienarse sólo estoy predicando el Evangelio como un sacerdote.

¿Entonces, de qué sirve recordar ese olvido? Sirve para darnos cuenta de que no somos libres para poder trabajar o producir nuestro sustento. Estamos obligados a convertirlos en mercancías y colocarlos en un mercado. Mercancías y mercado hubo siempre dirán, pero estas dos palabritas no son centrales en todas las sociedades sino en la capitalista, porque es en el capitalismo donde casi todo tiende a ser absorbido en la relación de compra venta. Dije casi todo porque su dominación no es total y depende de que ciertas zonas sociales estén fuera de la ley del valor: la incondicionalidad de la familia con sus miembros, o el trabajo afectivo (cuando compartimos cosas o enseñamos a amigos, etc.).

Ahora bien, el problema de la política aparece cuando nos damos cuenta de que no basta con que la familia nos contenga o que podamos contar con los amigos, porque en realidad el Capital no sólo coloniza valorizando lo real sino que parasita lo que deja fuera de su dominio. La cosa se pone más jodida si la propia familia o los amigos insisten en que el capitalismo, el egoísmo, la inmunidad son los mejores caminos de realización de la vida. Pero acá los que estamos tratando es de pensar es cómo podemos ampliar nuestra potencia los que pensamos que ese no es nuestro camino.

Los anarquistas que rompían con la familia en los comienzos del siglo XIX tenían su contención en el sindicato de base, ellos eran obreros que siempre tenían trabajo porque estaban organizados en ramas (los panaderos, etc).

Los militantes libertarios de la década del 60/70 podían romper con la familia porque existía el pleno empleo del Estado de bienestar en Europa y en Argentina.

Hoy no es posible una emancipación económica de la familia, antes bien el capital explota aún más a los trabajadores sabiendo que lo que les falte de sustento se emparcha con los apoyos de papá, la tía, la renta, el campo, la beca, el subsidio, etcétera.

Paradójicamente, si hay una época en la que la lucha descarnada por el dinero (forma fetiche del sustento) esa época es hoy. Es hoy donde todos sabemos, cínicamente, que en una cátedra universitaria, una obra de teatro, en una clínica, es decir en instituciones donde se pone en juego algo de lo cultural, del reconocimiento, e incluso del cuidado, se hace tan evidente una competencia descarnada por obtener bienes escasísimos (puestos, ascensos, aprobación de proyectos, subsidios, etc).

Entonces, antes que alguien diga A ya sabemos que detrás hay una evidente intención oculta de cagar, de seducir, de obtener beneficio. Antes la crítica debía hacer grandes esfuerzos para desnudar esas intenciones. Entonces nos creemos cancheros cuando nos damos cuenta tan fácil, pero es porque las condiciones materiales y los dispositivos sociales de producción han cambiado mucho hasta el día de hoy. Es un crimen seguir haciendo denuncia y crítica cuando todo el mundo ya sabe inmediatamente cómo funcionan las cosas hoy.

En donde sigue operando el fetichismo es cuando nosotros seguimos creyendo en la efectividad de los discursos, confiando en la interpelación ideológica, mientras tanto las situaciones de enajenación material siguen intactas. La denuncia, en lugar de modificar una situación, sólo nos coloca en un lugar de pureza moral, en la que nuevamente, olvidamos la impureza de nuestras fuentes de subsistencia, los lugares en donde transamos todos los días para obtener nuestro sustento: la cátedra, el trabajo, la familia, etcétera. Y cuando algunas personas tratan de hacer algo diferente en el espacio que se mueve, no la solemos valorar porque no combate para abolir totalmente las estructuras en las que está inmerso, estructuras que por cierto, habría que ver cómo se sigue garantizando el flujo de lazos y sustentos una vez abolidas.


Se dirá que esto es un problema de poder, lo cual es cierto, pero hay un poder mayor, y es la capacidad propia de conseguir el alimento en conjunto con otros y en contra de otros. El poder nunca se separa del alimento porque sin él no hay vida, sencillamente. La amenaza de perder la vida no viene sólo del fusil sino de la falta de alimento. Aunque con siglos de dominación religiosa nos hicieron creer que somos espíritus etéreos, que la recompensa está después de la muerte, nosotros seguimos actuando bajo estos principios con otros nombres. ¿No estamos reduciendo las cosas todo el tiempo a un problema de IMAGEN? ¿No estamos pensando nuestras acciones en función de un futuro inasible e improbable?

He dicho. No estamos hechos de aire, de espíritu, hay fuerzas gravitatorias y nos tenemos que hacer cargo de ellas, y recién habremos abierto paso a la política emancipatoria.


Mi amigo maikel:

1) Hay que ser bien específicos en relación a las áreas donde no opera la ley del valor, para diferenciarlas de aquella donde opera "en forma defectuosa". Estos últimos casos los podemos encontrar en situaciones de emergencia (mercados solidarios, precio justo, fabricas recuperadas, etc) donde se ponen límites a la ley del valor, aunque ésta continua operando. En los casos en que no opera esto significa que no hay intercambio de equivalentes, porque no hay equivalente. Es el ámbito del don.
2) Para que exista una situación de don es preciso que previamente se disponga una extraordinaria transferencia de pulsión desde la "justicia" al "desapego". Desde el punto de vista del don es completamente irrelevante que se reciba algo o no. Por supuesto que es más irrelevante todavía que se reciba algo "a cambio".
3) Sin embargo, para que sea sostenible una situación colectiva de don, es preciso que el compromiso sea compartido. En una situación colectiva tal no puede haber "aprovechados". Un aprovechado es aquel que pretende vivir según dos reglas al mismo tiempo, de acuerdo a cómo le convenga en cada momento.
4) Una situación colectiva de don, ¿puede tener a su vez, de conjunto, una relación de valor con el afuera de esa situación? Es obvio que sí. Lo que no es tan claro es de qué manera eso modificaría la situación misma. Para no pecar de purista diría que en la medida en que la relación mercantil con el afuera sea muy menor y no significativa para la supervivencia de la situación, no debería haber inconveniente. Por otra parte ninguna situación de don podría ser completamente autónoma, debido a la necesidad de medios de producción, aunque sean elementales. Debido a la gran división del trabajo, que es correlativamente una división del conocimiento, es claramente improbable que una situación tal sea autosuficiente.
5) De todas maneras hay que estudiar los aspectos productivos y distributivos de una situación así. Hay mucho por aprender de experiencias tanto exitosas como desastrosas.

Jorge Iacobsohn
klinamen2@gmail.com

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