A lo que me quiero referir hoy es, concretamente, a ese viejo oponente, ese viejo enemigo que es para nosotros y nosotras el Estado. Al respecto, los y las anarquistas han escrito decenas de panfletos, libros y tratados. Se ha teorizado mucho[1]; se ha accionado en su contra[2], y la relación ha sido siempre conflictiva y virulenta, porque como bien sabemos, el Estado representa la principal institución visible de opresión y autoritarismo, frente a la cual, como anarquistas, nos ubicamos como sus principales antagonistas.
Estos análisis, estas acciones, esta forma de pensar corresponden, precisamente, a toda una etapa de desarrollo del propio anarquismo, que ineludiblemente, es reflejo de su época, sinónimo de su tiempo y sus conflictos[3]. Ahora bien, plantados en este siglo XXI que comenzó hace rato, nos damos cuenta de que el panorama es bastante diferente. Las sociedades han cambiado, el Capitalismo se ha modificado, complejizado y reelaborado a si mismo infinidad de veces, y por consiguiente el propio Estado ha cambiado su forma y su accionar, aunque por supuesto su matriz de estructura de dominación no se ha modificado, sino que por el contrario, se ha perfeccionado en sus formas de intervención en lo social.
Pues bien, es dentro de esta perspectiva, que es posible darnos cuenta que muchas de nuestras formas de pensar y accionar contra el Estado han quedado fuera de contexto, es decir carecen de actualidad. Por extraño que suene, parece ser que en el anarquismo ha operado algún tipo de lógica unívoca, por la cual la forma de pensar y asimilar al Estado se ha institucionalizado. Todo lo escrito y analizado por los diversos teorizadores clásicos del Socialismo Libertario parece ser letra sagrada, frente a la cual no hay mucho que agregar o decir; a lo sumo podemos agregar dos o tres consideraciones generales que deben ajustarse a estos preceptos básicos. Hay algunos casos aislados en donde hubo intentos por cuestionar estas nociones, pero inmediatamente se caía en una dinámica de etiquetamientos y estigmatizaciones negativas (“son reformistas”, “no son anarquistas”, etc.), por lo cual, lo que podríamos denominar la “oficialidad” del anarquismo les ignoraba y relegaba a un papel marginal[4].
Esto no es extraño, pues ha sucedido a lo largo de la historia cada vez que hubo atisbos de cuestionamiento a lo institucionalizado dentro de diversos movimientos y corrientes de pensamiento, pero lo sorprendente es que esto suceda en el anarquismo, tendencia que se supone amplia, heterogénea y no dogmática. Pues bien, parece ser que una vez más, debemos atrevernos a aquel viejo ejercicio que nos proponía el viejo Bakunin, quien decía “la pasión destructiva también es una pasión constructiva…”. Quizás sea necesario romper y destruir muchas de nuestras ideas y acciones que operan como “dogmas”, para que pueda surgir algo nuevo, revulsivo y revolucionario, algo genuinamente anarquista. En caso contrario, sería muy pobre pensar que tanto las sociedades como el Capitalismo y el Estado sean capaces de cambiar, pero eso no sea posible para el anarquismo…
Como expuse al principio, no pienso demostrar verdades o exponer certezas, porque no las tengo. Simplemente me interesa llamar la atención sobre algunos aspectos que considero deberían ser tenidos en cuenta al momento de pensar y analizar al Estado.
Un primer enfoque que me parece pertinente, remite a una suerte de visión simplista y reduccionista que ciertas corrientes o sectores del pensamiento anarquista suelen hacer sobre el Estado al plasmarlo y definirlo estrictamente como una suerte de estructura de carácter policial/represiva, y por ende, puramente verticalista y autoritaria. Hablar del Estado parece ser que se asimila a un Estado de tipo Nazi (“todo Estado es Fascista”, “Poder es Fascismo, Fascismo es Poder”, “todo Estado es terrorista”), contexto dentro del cual, los y las anarquistas parece ser que vivimos una suerte de estado de guerra permanente contra la autoridad estatal[5], y todo el horizonte de nuestro accionar es “la libertad”[6]. No está contemplada la relación con el Capitalismo, y de hecho hay hasta quienes definen al Capitalismo como una forma o método del Estado de implementar su economía (¿!?). No vamos a negar el carácter autoritario del Estado ni su accionar policial y represivo, pero hacer esta analogía al pensar al Estado (de hecho a cualquier Estado), me parece ingenuo y muy liviano, y tiende mucho a hacer uso de una suerte de “sentido común libertario” que apela a un vacío teórico que lamentablemente puede tornarse en prácticas sectarias y vanguardistas.
En un segundo enfoque, creo que hay otra cuestión que merece reflexionarse. El Anarquismo, al igual que todo el espectro del pensamiento socialista (fruto de la modernidad), posee una fuerte matriz positivista que busca plasmar una suerte de visión de carácter universalizante, la cual muchas veces pierde de perspectiva particularidades y problemas locales. Como anarquistas, solemos caer en una suerte de simplificación al pensar que todos los Estados (como las diversas sociedades) nacen, funcionan y accionan de la misma manera en todos los lugares y en todos los tiempos. En ese sentido, me parece que muchas veces hemos caído en una dinámica de trasladar ideas, análisis y acciones originarias de Europa directamente a nuestras diversas realidades, y consecuentemente, esto deriva en problemas.
Pensemos por un momento el contexto en el que las ideas ácratas llegaron a Latinoamérica: de las manos de muchos obreros exiliados de la 1º Internacional, como así también de algún que otro intelectual, el anarquismo era fiel representante de las aspiraciones de emancipación de gran parte de las sociedades europeas oprimidas, reproduciendo esa misma lucha y aspiración en estas tierras. De la misma manera, recogía gran parte de sus imaginarios, y de sus concepciones. En ese sentido, para el caso de Argentina se reproducían estructuras de desarrollo local del Capitalismo en la cual Buenos Aires, habitada por trabajadores y trabajadores inmigrantes en su casi totalidad, se acoplaba a la lógica de una factoría de productos primarios cuyos principales destinos eran las metrópolis europeas, con visibles distinciones de clases sociales y un rol claro del Estado como cómplice estructural de la relación capital/trabajo, garante de la propiedad privada de los medios de producción y principal estructura represiva y de dominación. Pero si nos retiramos de allí, podemos ver que en el resto del país[7], y en la casi mayoría de los otros países latinoamericanos la historia y la composición social son diferentes.
Lo que creo que es necesario pensar en todo esto, es el hecho de contemplar que la historia del continente americano no es la del traspaso del Feudalismo al Capitalismo, ni la de las monarquías absolutas que caen frente a la aparición de la burguesía. No es la historia de América la de la apropiación de las tierras por parte de unos pocos que expulsan al campesinado hacia las ciudades para que se conviertan en mano de obra y en ejército de reserva del desarrollo del Capitalismo. La historia de América habla de culturas previas y de formas de desarrollo de diversas sociedades complejas con sus propias formas de relación con la naturaleza, la tierra y el tiempo[8]. Esta misma historia nos habla de la conquista, rapiña y genocidio practicado por los principales imperios europeos, quienes al amparo de la cruz y la espada, saquearon, masacraron y esclavizaron a todos los pueblos originarios. Nos habla esta historia de la imposición de religiones, idiomas y costumbres por parte de los conquistadores, y de diversos actos de rebeldía e insurrección protagonizados por estos pueblos originarios. Con solo observar un poco los problemas que enfrentaban los pueblos sobrevivientes durante las guerras locales de independencia, podemos ver lo confuso de su situación al darse cuenta de que no veían horizonte de emancipación en lo instituido (corona española) como en lo futuro (las nacientes repúblicas latinoamericanas). Debido a que los patrones de dominación (instituciones educativas, religiosas, culturales, etc.) con que somos formados y formadas responden también a los intereses de los grupos dominantes, muchas veces perdemos de vista o no tenemos en cuenta estos aspectos, e incluso les asignamos un lugar marginal y secundario dentro de nuestras perspectivas de lucha: nos acordamos de estas cosas solo cuando llega el 12 de Octubre, o cuando nos enteramos que hubo una represión o hay compañeros y compañeras integrantes de los pueblos originarios detenidos o presos.
En este momento es posible que muchos y muchas se pregunten si no estoy exagerando, y me dirán que los y las anarquistas han tenido siempre en cuenta estos asuntos. Pero invito a todos y a todas a encontrar a autores/as o experiencias anarquistas (por lo menos para el caso argentino) que se hayan dedicado a analizar la composición de nuestra sociedad local y sus diversas ideas, imaginarios, costumbres y usos sociales. Salvo el caso aislado y fuera de contexto de Alberto Ghiraldo, difícilmente sea posible encontrar una reflexión al respecto, o que por lo menos tenga algo de actualidad.
Las sociedades latinoamericanas son complejas, diversas, y poseen sus propias matrices de identidad territorial. Si como anarquistas buscamos comprender y accionar en base a muchos preconceptos que son propios de su espacio de origen (esto es Europa), difícilmente pueda concebirse o pensarse al anarquismo como una perspectiva de emancipación latinoamericana[9]. A mi parecer, creo que primero que nada, es necesario primero pensarnos como lo que somos, como lo que sentimos y pensamos, localmente hablando. De otra manera, no pensarnos como parte de un proceso histórico tanto local como global, infravalorando usos y prácticas sociales propias de estas regiones, es muy poco probable que el anarquismo pueda ser una vía a un horizonte de emancipación. Creo que merecemos primero pensarnos como habitantes de estas tierras, con nuestras particularidades y tensiones, y a partir de allí pensar y buscar las afinidades con las ideas y las prácticas libertarias[10].
No debemos ser anarquistas que queremos la libertad de todos los latinoamericanos y latinoamericanas, sino latinoamericanos y latinoamericanas que encuentran en el anarquismo afinidades y resonancias compatibles o similares con sus inquietudes de emancipación y libertad[11]. Partiendo de esta base, será posible que comprendamos de mejor modo tanto su composición, como sus diversos usos y costumbres sociales, y sus diversos imaginarios. Del mismo modo, podremos comprender de mejor modo como operan los diversos Estados nacionales, como se conforman sus diversas matrices de dominación e intervención social, como se desarrollan las diversas formas de Capitalismos locales, y su relación con las lógicas de desarrollo del Capitalismo global[12].
Un tercer enfoque que tiene profunda relación con lo expuesto hasta aquí, se remite a las diversas particularidades, tensiones y contradicciones que existen en los Estados latinoamericanos y nuestras sociedades. En ese sentido, si observamos al marxismo, hubo grandes esfuerzos por buscar interpretarlas y comprenderlas, pero inevitablemente han encontrado serias limitaciones que, principalmente, tenían que ver con el prisma marxiano que buscaba interpretar y acomodar estas diversas cuestiones a los parámetros “objetivos” del “socialismo científico”, haciendo reduccionismos de diverso tipo, infravalorando identidades y subordinando particularidades locales al mapeo de estrategias de conquista del poder político. Martí, Aricó, Mariátegui, Sandino, Peña, Castro y Guevara, entre muchos otros, han buscado trabajar y encontrar un “marxismo latinoamericano”, pero siempre se cruzaron con el problema de asimilar “nacionalismo” a “vía latinoamericana al socialismo”, con una extraña y confusa noción de “patriotismo” que daba vía libre a digerir estructuras de opresión y poder local[13]. Como anarquistas, tenemos una perspectiva más amplia y compleja al respecto, en particular cuando comprendemos y asimilamos nociones como las de “lucha de clases” o de “sujeto revolucionario”, tan caras al marxismo. Por supuesto que no podemos negar la contradicción capital/trabajo, que continúa siendo el motor de la explotación y la enajenación, pero no hacemos una división tajante y excluyente entre patrones y proletarios, sino que la lucha de clases remite a algo más amplio, esto es, a una lucha y disputa de dominación. Estas relaciones no solo se dan entre los dueños de los medios de producción y los trabajadores que venden su fuerza de trabajo, sino que en ambos se dan también relaciones de autoritarismo internas (padre de familia que domina, disciplina y castiga al grupo familiar; marido que explota tanto social como sexualmente a la esposa; imposición de costumbres familiares/religiosas/culturales que reproducen valores machistas, autoritarios y nefastos de las diversas sociedades, etc.). Por ello, y a diferencia del marxismo que solo se suele quedar con las relaciones que surgen de la contradicción capital/trabajo dentro del Estado, como anarquistas deberíamos comprender las profundamente insertas relaciones de dominación existentes en nuestras diversas sociedades, y a la vez que observamos a trabajadores/as y propietarios, también debemos incluir en nuestros análisis y perspectivas a los diversos pueblos originarios y sus tensiones, anhelos e imaginarios en disputa con el Estado y con corporaciones extranjeras; a los efectos confusos y divisorios de los diversos nacionalismos y patriotismos y sus expresiones políticas y sociales locales; los resultados de las acciones anti estatales de las diversas castas dominantes y terratenientes, como así también las acciones anti estatales de empresas, corporaciones y consorcios internacionales; los resultados de las diversas culturas, religiones y costumbres; las tensiones y conflictos de las diversas sexualidades y géneros; los problemas etarios de estudiantados, grupos juveniles y diversas tribus urbanas; regionalismos, localismos y diversas pertenencias territoriales; y muchísimas más contradicciones y tensiones, como por ejemplo las que surgen dentro de la propia estructura verticalista de las burocracias estatales. Considero que en la sociedad operan muchísimas más cuestiones que estrictamente las que surgen de la relación capital/trabajo, y que como anarquistas debemos prestarles atención, dándoles una perspectiva sincera de asimilación y comprensión de sus luchas y disputas[14] dentro del anarquismo.
La última cuestión sobre la que quisiera llamar la atención mínimamente, se refiere a la propia existencia de los Estados y su accionar auto justificante. Si bien los Estados son cómplices estructurales de la contradicción capital/trabajo, garantes de la propiedad privada de los medios de producción y principal estructura represiva y de dominación, también justifican su existencia a través de la implementación de diversas políticas públicas, tanto en infraestructura vial (rutas, caminos, puentes, autopistas, tendidos de trenes, etc.), de salud (hospitales, salas de emergencia, etc.), educativa (jardines de infantes, colegios primarios y secundarios, instituciones terciarias, universidades, etc.), y otras instancias de intervención social (comedores infantiles, hogares de día, trabajadoras y trabajadores sociales de diverso tipo, jubilaciones y pensiones de diverso tipo, planes asistenciales y bolsones alimentarios, etc.), dándole al Estado una imagen de un rol “necesario” para su accionar y existencia. Todas estas instituciones, agencias y roles que se materializan en el Estado tienen sentido para las diversas sociedades, de manera que pensar como anarquistas en la destrucción y desaparición del Estado, nos debe llevar a reflexionar de que manera podemos hacernos cargo (como sociedades) de todas estas tareas, y que no quede nada más que en un anhelo romántico de “lucha contra todo Estado y toda forma de opresión”. Leer los primeros capítulos de “Colectividades libertarias en España” nos puede dar una pálida idea del complejo entramado del que tuvieron que dar cuenta los revolucionarios y revolucionarias españolas cuando comenzó la guerra civil, el Estado en muchas partes “desapareció”, y hubo que apelar a nuestra viejo noción de autogestión, pero en todos los sentidos posibles. Ese ejercicio deberíamos pensarlo hoy, en nuestras actuales circunstancias y con nuestras diversas limitaciones.
Es muy posible que a esta altura, muchos y muchas estén pensando en cual es el sentido de todo esto de lo que estoy hablando, o crean que muchas de estas cuestiones ya están saldadas, pero estas cosas nos tocan y nos atraviesan a diario. Si hacemos un repaso simple y a vuelo de pájaro de los sucesos que tuvieron lugar en Argentina durante todo el conflicto por la promulgación de la resolución 125, llamado por los medios “la lucha del campo” o “la guerra de la soja”, podremos ver que, más allá de cómo se resolvió, o que alineamientos sociales y políticos se dieron, el anarquismo tuvo algún que otro tibio posicionamiento, pero en general predominó un confuso silencio, que en lo personal remito a una incapacidad de analizar con propiedad el conflicto. He oído desde posiciones que estaban a favor de los productores sojeros porque “están en contra del gobierno”, hasta propuestas de soluciones del tipo “reforma agraria ya”, con un tipo de carga o compromiso político claro, pero de difusas chances de materializarse. Debo decir que, a mi parecer, el anarquismo se encuentra muy lejos de poder tener tanto algún tipo de influencia, como de capacidad de comprender estas situaciones y proponer algún tipo de acción. Ni quiero entrar en temas más espinosos, como por ejemplo lo que está sucediendo en Venezuela, Ecuador o Bolivia.
Como dije anteriormente, no tengo certezas, sino inquietudes y algunas ideas. Me interesa plasmarlas, para que sirvan como un disparador de debates que considero tanto necesarios como interesantes. Muchas gracias y espero no haberles aburrido demasiado.
Xaby
[1] Sin entrar en grandes detalles, existe una profusa biografía al respecto. Proudhon, Bakunin, Stirner, Kropotkin y Malatesta entre otros son los que han hecho lo que podríamos denominar la teorización clásica al respecto del Estado.
[2] Desde los diversos alzamientos populares protagonizados por Bakunin y los federalistas durante la 1º Internacional, hasta la Guerra Civil Española, podemos encontrar el accionar clásico de tipo insurreccional y revolucionario del anarquismo, pasando por la Comuna de París, la Revolución Rusa y los Consejos Obreros en Alemania, entre muchos otros. En ese sentido, también para los sectores antiorganizacionistas e individualistas del movimiento, el Estado ha sido el principal objeto de sus principales acciones y atentados.
[3] Muy livianamente, solo me atrevo a sugerir que el Anarquismo, en sus orígenes, contiene tanto perspectivas y formas de accionar contractualistas, como así también un tipo de análisis profundamente positivista, en muchos casos reflejo propio del siglo XIX, y que sobreviven a lo largo de gran parte del XX.
[4] Este tipo de accionar por parte de un anarquismo “oficial” o institucionalizado lo podemos ver, en particular, a partir del Congreso de Amsterdam de 1907, en donde visiones cuestionadoras entraron en conflicto con el anarquismo clásico u ortodoxo. Desde allí en adelante, esta dinámica se repite constantemente en casi todas las experiencias.
[5] Esto es pensable casi en términos Hobbesianos al referirse a la “guerra permanente de todos contra todos” y en términos Lockeanos al pensar una respuesta rebelde frente al accionar centralizador del Estado.
[6] No me parece pertinente ponerme a hacer una definición específica sobre lo que significa el concepto de Libertad para los y las anarquistas, porque eso precisaría una reflexión más profunda y cuidadosa, pero lo que sí me parece necesario remarcar, en este caso en particular, es que en esta perspectiva, la noción de Libertad se asimila, muchas veces, a la Libertad individual, y que confusamente puede encontrar paralelismos con una noción de libertad individual de carácter negativa y egoísta muy cercana a las corrientes más radicales del Liberalismo.
[7] Entran dentro de una dinámica similar las ciudades y alrededores de Rosario, Córdoba, Mendoza, y ciertas regiones del litoral, el NOA y la Patagonia. Pero el caso de Buenos Aires es paradigmático al encontrar profundos paralelismos con las urbes europeas, en particular a la dinámica del trabajo (industrias) como a su composición social.
[8] Quiero ser cuidadoso con esto, porque es muy fácil caer en simplismos. En América encontramos sociedades humanas de diverso tipo y desarrollo, incluso lo que podríamos calificar como Estados, como en el caso de los Maya, Azteca e Inca. Que sea necesario repensar nuestras historias y nuestras propias culturas, no quiere decir que haya que hacer una generalización y una inmediata valorización positiva, porque bien sabemos que el autoritarismo, la guerra, la dominación y la esclavización eran moneda corriente. Pero si creo que es necesario repensar las cuestiones vinculadas a los usos culturales y las costumbres que lograron permear la dominación de los conquistadores y sobreviven...
[9] Esto que sugiero aquí no es algo nuevo, sino que es uno de los ejes de debate que existieron entre Bakunin y Marx en la 1º Internacional. Bakunin observaba una y otra vez que no se podía dejar de lado las cuestiones regionales o que tenían que ver específicamente con las costumbres y usos culturales de los diversos pueblos, criticando el enfoque “cientificista” y homogeneizador que hacía Marx al hablar de clases sociales, quien siempre objetaba a Bakunin por considerarlo un sentimental que dedicó mucho esfuerzo a sus juveniles intenciones paneslavistas.
[10] Quiero dejar constancia que no estoy apelando a una suerte de “localismo” nacionalista o que reivindique inequívocamente cualquier cosa o proceso histórico local, porque como anarquista soy muy crítico de muchas cuestiones de ese tipo, y podría caerse muy fácilmente en apelaciones casi de tipo peronista u otras ideologías autoreferenciadas como “síntesis nacional”. Pero si creo que es necesario que el anarquismo sea pensado desde lo latinoamericano, y no reproduciendo su matriz eurocéntrica.
[11] Es posible encontrar cientos de trabajos, investigaciones y monografías en las cuales se analizan a los Guaraní, Aymará y otros pueblos originarios, encontrándoles “costumbres” y “prácticas” anarquistas. ¿Cómo es eso posible? El anarquismo como ideología es un proceso propio de la modernidad y del siglo XIX, mientras que las prácticas y usos de estos pueblos tienen siglos de desarrollo. ¿Cómo podrían ser anarquistas? En realidad, habría que pensar que estas prácticas sociales locales tienen algún tipo de afinidad con las ideas y practicas libertarias. Con la intención de cuestionarnos todo, sugiero la lectura de “Historias locales / diseños globales: colonialidad, saberes subalternos y pensamiento fronterizo” de Walter Mignolo.
[12] Para pensar tanto el problema de los alcances y limitaciones del actual desarrollo del Capitalismo y los Estados nacionales dentro de un contexto neoliberal, sugiero la lectura crítica de “La Globalización: consecuencias humanas” de Zygmunt Bauman, entre una profusa bibliografía al respecto.
[13] De todos modos, hay algunos aportes que podrían resultar enriquecedores para un enfoque local libertario. Sugiero la lectura crítica de “El Estado en América Latina” del boliviano René Zavaleta Mercado, quién cuestiona duramente muchos de estos preconceptos del “marxismo latinoamericano”, pero valorando una dimensión local de la cosa.
[14] Lamentablemente, en ciertas tendencias del marxismo o de partidos socialistas, estas contradicciones son vistas casi en clave utilitarista, y se crean discursos y mensajes con la intención casi excluyente de ganar adherentes o electorados, pero sin la más mínima intención de lograr algún tipo de cambio real.