Deseo para todos lo que deseo para mi: la libertad de actuar, de amar, de pensar. Es decir, deseo la anarquía para toda la humanidad
America Scarfó (1928- Carta a Armand)
America Scarfó (1928- Carta a Armand)
Hay una hermosa cita asociada a Kafka que yo relaciono con la construcción de los modos del ser –al fin de cuentas, el tema de este brevísimo trabajo- y que dice: “los viajes, el sexo y los libros son caminos que no llevan a ninguna parte, y que sin embargo son caminos por los que hay que internarse y perderse para volverse a encontrar o para encontrar algo, lo que sea, un libro, un gesto, un objeto perdido, para encontrar cualquier cosa, tal vez un método, con suerte: lo nuevo, lo que siempre ha estado allí.”
Como creo que no puede haber escisión entre praxis vital e ideas, comenzaré hablando de mí, porque lo que conforma parte de lo que la sociedad llamaría “mi vida privada” es en realidad una apuesta política fuerte contra el orden establecido de las cosas, el cual espero sea destruido en algún momento mediante el accionar de otras individualidades como yo. Y comienzo con este tono autobiográfico porque me parece que no hemos de superar los textos y las producciones de estudiosos como Foucault, Preciado o Butler en cuanto a sexualidad, pero que si ya es hora de ponerle el cuerpo, literalmente, al asunto, y dejar de jugar a las escondidas con la sexualidad, siendo como es que la división por sexos, la calificación por expresiones de género, y el ejercicio de la sexualidad que de allí se desprende como “natural” son al menos uno de los pilares donde el sistema se apoya firmemente reproduciendo el sistema que tenemos hoy. Sin embargo, no es mi interés prescribir cómo se debería vivir en una sociedad anarquista futura, sino tratar de encontrar hic et nunc, a partir de mi propia experiencia personal basada en la intersección con otras individualidades, maneras de subvertir, desmantelar y destruir el sistema en lo que a mi más me concierne (por gusto personal) y más me interpela.
Soy Leonor. Tengo 32 años. Tengo sexo con mujeres desde los 12 años, y con varones desde lo 15. Tengo tres amantes varones, y una amante mujer, no todas estas personas viven en mi ciudad, mi relación más larga lleva 8 años, y esa persona es la única a la que yo llamo familia, y deseo que las otras 3 también algún día lo sean, pienso que caminamos hacia la afinidad. Y “tengo” en este contexto no significa tener un coche, una casa, o un par de zapatillas; significa entregar mi vida (mi cuerpo) a otras personas con todas nuestras contradicciones y falencias. Estas 4 personas saben de las otras, algunas de ellas se conocen y a su vez son amantes entre ellas.
Cojo todo lo que puedo, con toda persona que me gusta y quiere coger conmigo. Y sin embargo, quienes me conocen saben que soy cualquier cosa menos amiga de las sonrisas, cual Venus, amable o simpática. Mi idea no es la de la chica liberada siempre dispuesta, sino la de la militante que hace de su concha una barricada porque sabe que, en parte, esa vulva es una de las mejores cosas que supo conseguir. Coger para mi no es simplemente la penetración, aunque ser penetrada, por el cuerpo, los puños, dildos, vibradores, como así también penetrar a mis amantes es algo que solemos practicar con extremo placer. Conversamos mucho de sexo, fantasías y deseos, tanto como de política u otros temas en torno a los cuales lxs activistas se congregan. Siempre que puedo, además, trato de tener sexo grupal (en especial no en boliches swingers), además de prácticas sadomasoquistas de todo tipo: disfruto siendo sumisa o sometiendo sexualmente a otros con toda clase de perversiones, algunas de las cuales incluyen ya sea dolor, o humillación de algún tipo. Concibo el sadomasoquismo como una obra de arte que es tanto más excitante cuando más prohibida es. Mis prácticas S/M muchas veces parodian políticamente las sexualidades hegemónicas. El sadomasoquismo es el punto más extremo de la experiencia sexual: cuando el sexo se vuelve más puramente sexual, más apartado del amor, del reduccionismo anatómico y de la disciplina romántica. El S/M es la quintaesencia del sexo sin fines reproductivos: crear placer de extrañas formas. Asimismo, exploro bastante el exhibicionismo y la sexualización del espacio público, y un trabajo sobre la citación desviada de las convenciones sexuales permite sexualizar (y asi resemantizar) por ejemplo los celos (o acaso no son esto restos de propiedad privada). Ni mi cuerpo ni mi sexualidad me dan pudor, y la masturbación y el autoerotismo es un espacio privilegiado de mi vida sexual. Mi vida está, como la de muchxs, llena de contradicciones a superar, pero no de dobles discursos, falsas consciencias, o hipocresías.
No suelo encontrar en el movimiento anarquista (y solo hablaré de ellxs porque lxs otrxs militantes o movimientos son aun peor en lo que respecta a sexualidad) ni amantes ni afines sexuales, pero eso no me sorprende, no suelo encontrar en el movimiento anarquista, más allá de alguna honrosa excepción, más que la reproducción misma de lo que queremos abolir, o se suponía que algunxs queríamos: matrimonios adolescentes que tuvieron un hijo por un descuido y ahora cargan con eso, noviazgos largos con sexualidades insatisfactorias y romanticoides donde ella siempre cree en una noción tan esclavizante y restrictiva para su propia libertad y emancipación como “amor eterno” y donde él es capaz de decir cosas tales como “podemos hacer lo que quieras pero que ella no se entere porque la dañaría”, moralistas de toda índole, esencialistas de todos los colores que sostienen la maternidad como destino de la mujer, parejas desiguales con roles de género establecidos, sexualidades penetrativas y reproductoras, etc.
El panorama es, por decir algo, desolador. Ni siquiera estamos donde nos había dejado la anarquista Emma Goldman a principio del siglo pasado que nos recordaba que el amor no puede sino ser libre, que el amor muere con el matrimonio, y que si por algún misterio sobrevive tras casarse, no era por el matrimonio. Claro que Emma se refería a las heterosexuales en una época donde era virtualmente imposible que una mujer, o incluso un varón, evadieran su responsabilidad cívica y social de contraer nupcias e ingresar, de ese modo, al sistema de producción y reproducción del capitalismo al cual la anarco-feminista se oponía. Y la realidad es que hoy no hay ya mucha diferencia entre pasar por la iglesia o registro civil y convivir con lazos de pareja símil matrimonio, aunque nos queramos auto-engañar. De hecho la pareja, aunque sea una pareja que se elige mutua y libremente sin estar estatalmente bendecida – como pensaba Emma Goldman debía ser el vínculo entre dos seres humanos que se aman-, es una institución en sí misma que presupone siempre que lo más deseable es no estar sola. Es más, nos enamoramos (es decir, sufrimos la catexia) de la libertad pero lo primero que nos exigen y exigimos es seguridad, que claramente no existe, repitiendo el modelo de no seré feliz pero tengo marido (o marida) y olvidamos que las parejas cerradas también corren riesgos de que mañana esta historia no continúe. Olvidamos que las relaciones abiertas cuestionan la monogamia, un modelo que, como es de público conocimiento, es muy reciente (alrededor de 200 años) y que surge de la mano y al servicio del capitalismo[1]. De hecho, en línea con Armand ni la pareja ni la familia son aptas para “desarrollar la concepción anarquista d e la vida. La familia es un Estado pequeño hasta cuando los padres son anarquistas…”. Tal como escribiría Rossi, periodista de La Comuna Socialista a finales del siglo XIX y que logró asentar el proyecto anarquista comunal en Brasil llamado Colonia Cecilia “Cambiemos los ritos y los nombres cuanto queramos, … pero mientras tengamos un varón, una mujer, unos hijxs, una casa, tendremos una familia, es decir una pequeña sociedad autoritaria, celosa de sus prerrogativas…”. Como vemos, hemos retrocedido bastantes casilleros cuando nuestrxs anarquistas hoy ya no tienen como preocupación temas tales como formas alternativas de alimentación, el arte y desde ya la sexualidad.
Pero que se comprenda, esta exploración de las relaciones abiertas y todas las prácticas sexuales allí contenidas y usualmente reprimidas no significa experimentar una suerte de goces en secreto y volver a casa incólume a fingir que nada ha pasado, ni convencerse con la sexóloga Alessandra Rampolla de que “todo es normal”, sino más bien lo contrario, importa lo “anormal”. Tampoco se trata de emular los pactos swinger que refuerzan la idea de pareja, un dos indisoluble donde las mujeres suelen ser utilizadas como moneda de cambio para acceder a nuevos bienes, es decir otras mujeres y donde los juegos eróticos entre ellas están enfocados al calentamiento del compañero solamente. Se trata más bien de relaciones impensadas que se proponen reordenamientos sociales subversivos y rebeldes que tal vez ya se estén intentando, aquí ahora, placenteros, felices, y amenazadoramente radicales contra la moral normativizadora que se da en el interior de la comunidad misma, y reproduce los modelos de reorganización del sexo de la familia tradicional burguesa heterosexual, sin ser consciente de ello, en una especie de falsa conciencia de género. Porque, además “el amor también puede consistir en querer, por encima de todo, la dicha de quien se ama” o acaso no decía ya Bakunin que nuestra libertad se multiplica con la libertad de lxs otrxs. En el amor, como en todo lo demás, “solo es la abundancia lo que aniquila los celos y la envidia”[2].
Pero como sé que “decirle que sí al sexo no es decirle que no al poder”, convertirse en una insurrecta sexual no se trata de levantar las barreras a la ebullición de las pulsiones reprimidas, en una búsqueda incesante de tantos amantes como personas deseables encuentro a mi paso. Por el contrario, se trata de una intensificación de los placeres, nuevos modos de amar, nuevas relaciones eróticas que resistan el disciplinamiento de la sexualidad e incrementen los placeres y goces para intervenir corporalmente sobre la realidad y transformarla. Una resistencia eficaz a la productividad heteronormativa que se ha metido en nuestras vidas con nuestro beneplácito y nos ha privado de vidas amatorias más excitantes, más extremas, de más riesgo para lograr una contraproductividad, que juegue deliberadamente en las superficies de nuestros cuerpos con formas o intensidades de placer y fruición no abarcadas, por decirlo así, por las clasificaciones autoritarias que hasta ahora nos han dictado autoritariamente qué es el sexo y cuál su sexualidad.
La propuesta es pensar el cuerpo como lugar de resistencia contra la construcción biopolítica, reclamando formas de hipersexualización de las funciones sexuales en total ruptura con las formas tradicionales del feminismo standard, deconstruyendo sistemáticamente, no solo el deseo sino las prácticas sexuales del sistema de género hegemónico, y el sistema de género entero. Contraproductividad, placer-saber, excitación permanente que nos haga salir de la cadena productora -reproductora (llámense hijos, llámense prácticas, llámese relaciones, o cosas), siempre siendo conscientes de que no hay sexualidades puras,- ni contrasexualidades puras-, pero lo que si puede haber es incomodidad y resistencia, y que la sexualidad no es ese terreno innombrable y menor, natural y meramente inconsciente o peor pre consciente, sino el dispositivo por donde emerge el poder con gran potencia en su estado más naturalizado. De allí la necesidad de una plena consciencia sexual (una insurgencia), sexualizando la totalidad de la superficie del cuerpo, fetichizándolo todo, y desidentificando los órganos reproductores con los órganos sexuales (tarea fácilmente realizable para la mujer que sabe desde mediados de los 40, contra la vulgata reaccionaria, y gracias a J&J que el único orgasmo posible es el del clítoris que no forma parte del aparato reproductor[3]).
Y, lamentablemente, esta praxis de resistencia, este aprendizaje sexual de autoconocimiento, construcción y erotismo que desea redundar en una mayor riqueza libidinal y en la destrucción de los tabúes sociales, indicadores del grado de represión socio-ideológica y testimonio de la alienación humana, no será llevada adelante sin esfuerzo, sin conciencia, sin apoyo mutuo de otras individualidades y especialmente sin voluntad para deshacerse de los privilegios de género que claramente producen opresiones y exclusiones. Como ya se habrán dado cuenta, no creo en el sexo como una pulsión natural, ni como órgano ni como práctica. Por el contrario, siguiendo a Preciado y a Foucault, lo concibo como una tecnología de dominación heterosocial que reduce el cuerpo a zonas erógenas en función de una distribución asimétrica del poder de los géneros y sus expresiones y disciplinas. El sistema heterosexual como orden político, en palabras de Wittig, divide y fragmenta el cuerpo identificando zonas como centros naturales de la diferencia sexual. Los roles y las prácticas que se atribuyen a los géneros masculinos son un conjunto arbitrario de regulaciones inscritas en los cuerpos que aseguran la explotación material de un sexo sobre otro privilegiando el pene (cierto tipo de pene con ciertas medidas y para ciertas practicas y no otras) como lugar privilegiado del intercambio sexual, y restando desde ya, creatividad, y como no, placer, a un refugio de nuestra libertad, siendo la perversión, en una opinión un poco apresurada, un bastión de resistencia, porque cita descontextualizadamente, improductivamente a una sexualidad otra que desenmascara a la sexualidad disciplinatoria como ideología heterocentrada.
¿Díficil? Ciertamente, como todas las luchas. ¿Imposible? De ningún modo. Sin duda las sexualidades contrahegemónicas y las relaciones y vínculos de afinidad que ellas concitan son deseables y necesarias para vivir hoy como nos gustaría vivir mañana.
Como creo que no puede haber escisión entre praxis vital e ideas, comenzaré hablando de mí, porque lo que conforma parte de lo que la sociedad llamaría “mi vida privada” es en realidad una apuesta política fuerte contra el orden establecido de las cosas, el cual espero sea destruido en algún momento mediante el accionar de otras individualidades como yo. Y comienzo con este tono autobiográfico porque me parece que no hemos de superar los textos y las producciones de estudiosos como Foucault, Preciado o Butler en cuanto a sexualidad, pero que si ya es hora de ponerle el cuerpo, literalmente, al asunto, y dejar de jugar a las escondidas con la sexualidad, siendo como es que la división por sexos, la calificación por expresiones de género, y el ejercicio de la sexualidad que de allí se desprende como “natural” son al menos uno de los pilares donde el sistema se apoya firmemente reproduciendo el sistema que tenemos hoy. Sin embargo, no es mi interés prescribir cómo se debería vivir en una sociedad anarquista futura, sino tratar de encontrar hic et nunc, a partir de mi propia experiencia personal basada en la intersección con otras individualidades, maneras de subvertir, desmantelar y destruir el sistema en lo que a mi más me concierne (por gusto personal) y más me interpela.
Soy Leonor. Tengo 32 años. Tengo sexo con mujeres desde los 12 años, y con varones desde lo 15. Tengo tres amantes varones, y una amante mujer, no todas estas personas viven en mi ciudad, mi relación más larga lleva 8 años, y esa persona es la única a la que yo llamo familia, y deseo que las otras 3 también algún día lo sean, pienso que caminamos hacia la afinidad. Y “tengo” en este contexto no significa tener un coche, una casa, o un par de zapatillas; significa entregar mi vida (mi cuerpo) a otras personas con todas nuestras contradicciones y falencias. Estas 4 personas saben de las otras, algunas de ellas se conocen y a su vez son amantes entre ellas.
Cojo todo lo que puedo, con toda persona que me gusta y quiere coger conmigo. Y sin embargo, quienes me conocen saben que soy cualquier cosa menos amiga de las sonrisas, cual Venus, amable o simpática. Mi idea no es la de la chica liberada siempre dispuesta, sino la de la militante que hace de su concha una barricada porque sabe que, en parte, esa vulva es una de las mejores cosas que supo conseguir. Coger para mi no es simplemente la penetración, aunque ser penetrada, por el cuerpo, los puños, dildos, vibradores, como así también penetrar a mis amantes es algo que solemos practicar con extremo placer. Conversamos mucho de sexo, fantasías y deseos, tanto como de política u otros temas en torno a los cuales lxs activistas se congregan. Siempre que puedo, además, trato de tener sexo grupal (en especial no en boliches swingers), además de prácticas sadomasoquistas de todo tipo: disfruto siendo sumisa o sometiendo sexualmente a otros con toda clase de perversiones, algunas de las cuales incluyen ya sea dolor, o humillación de algún tipo. Concibo el sadomasoquismo como una obra de arte que es tanto más excitante cuando más prohibida es. Mis prácticas S/M muchas veces parodian políticamente las sexualidades hegemónicas. El sadomasoquismo es el punto más extremo de la experiencia sexual: cuando el sexo se vuelve más puramente sexual, más apartado del amor, del reduccionismo anatómico y de la disciplina romántica. El S/M es la quintaesencia del sexo sin fines reproductivos: crear placer de extrañas formas. Asimismo, exploro bastante el exhibicionismo y la sexualización del espacio público, y un trabajo sobre la citación desviada de las convenciones sexuales permite sexualizar (y asi resemantizar) por ejemplo los celos (o acaso no son esto restos de propiedad privada). Ni mi cuerpo ni mi sexualidad me dan pudor, y la masturbación y el autoerotismo es un espacio privilegiado de mi vida sexual. Mi vida está, como la de muchxs, llena de contradicciones a superar, pero no de dobles discursos, falsas consciencias, o hipocresías.
No suelo encontrar en el movimiento anarquista (y solo hablaré de ellxs porque lxs otrxs militantes o movimientos son aun peor en lo que respecta a sexualidad) ni amantes ni afines sexuales, pero eso no me sorprende, no suelo encontrar en el movimiento anarquista, más allá de alguna honrosa excepción, más que la reproducción misma de lo que queremos abolir, o se suponía que algunxs queríamos: matrimonios adolescentes que tuvieron un hijo por un descuido y ahora cargan con eso, noviazgos largos con sexualidades insatisfactorias y romanticoides donde ella siempre cree en una noción tan esclavizante y restrictiva para su propia libertad y emancipación como “amor eterno” y donde él es capaz de decir cosas tales como “podemos hacer lo que quieras pero que ella no se entere porque la dañaría”, moralistas de toda índole, esencialistas de todos los colores que sostienen la maternidad como destino de la mujer, parejas desiguales con roles de género establecidos, sexualidades penetrativas y reproductoras, etc.
El panorama es, por decir algo, desolador. Ni siquiera estamos donde nos había dejado la anarquista Emma Goldman a principio del siglo pasado que nos recordaba que el amor no puede sino ser libre, que el amor muere con el matrimonio, y que si por algún misterio sobrevive tras casarse, no era por el matrimonio. Claro que Emma se refería a las heterosexuales en una época donde era virtualmente imposible que una mujer, o incluso un varón, evadieran su responsabilidad cívica y social de contraer nupcias e ingresar, de ese modo, al sistema de producción y reproducción del capitalismo al cual la anarco-feminista se oponía. Y la realidad es que hoy no hay ya mucha diferencia entre pasar por la iglesia o registro civil y convivir con lazos de pareja símil matrimonio, aunque nos queramos auto-engañar. De hecho la pareja, aunque sea una pareja que se elige mutua y libremente sin estar estatalmente bendecida – como pensaba Emma Goldman debía ser el vínculo entre dos seres humanos que se aman-, es una institución en sí misma que presupone siempre que lo más deseable es no estar sola. Es más, nos enamoramos (es decir, sufrimos la catexia) de la libertad pero lo primero que nos exigen y exigimos es seguridad, que claramente no existe, repitiendo el modelo de no seré feliz pero tengo marido (o marida) y olvidamos que las parejas cerradas también corren riesgos de que mañana esta historia no continúe. Olvidamos que las relaciones abiertas cuestionan la monogamia, un modelo que, como es de público conocimiento, es muy reciente (alrededor de 200 años) y que surge de la mano y al servicio del capitalismo[1]. De hecho, en línea con Armand ni la pareja ni la familia son aptas para “desarrollar la concepción anarquista d e la vida. La familia es un Estado pequeño hasta cuando los padres son anarquistas…”. Tal como escribiría Rossi, periodista de La Comuna Socialista a finales del siglo XIX y que logró asentar el proyecto anarquista comunal en Brasil llamado Colonia Cecilia “Cambiemos los ritos y los nombres cuanto queramos, … pero mientras tengamos un varón, una mujer, unos hijxs, una casa, tendremos una familia, es decir una pequeña sociedad autoritaria, celosa de sus prerrogativas…”. Como vemos, hemos retrocedido bastantes casilleros cuando nuestrxs anarquistas hoy ya no tienen como preocupación temas tales como formas alternativas de alimentación, el arte y desde ya la sexualidad.
Pero que se comprenda, esta exploración de las relaciones abiertas y todas las prácticas sexuales allí contenidas y usualmente reprimidas no significa experimentar una suerte de goces en secreto y volver a casa incólume a fingir que nada ha pasado, ni convencerse con la sexóloga Alessandra Rampolla de que “todo es normal”, sino más bien lo contrario, importa lo “anormal”. Tampoco se trata de emular los pactos swinger que refuerzan la idea de pareja, un dos indisoluble donde las mujeres suelen ser utilizadas como moneda de cambio para acceder a nuevos bienes, es decir otras mujeres y donde los juegos eróticos entre ellas están enfocados al calentamiento del compañero solamente. Se trata más bien de relaciones impensadas que se proponen reordenamientos sociales subversivos y rebeldes que tal vez ya se estén intentando, aquí ahora, placenteros, felices, y amenazadoramente radicales contra la moral normativizadora que se da en el interior de la comunidad misma, y reproduce los modelos de reorganización del sexo de la familia tradicional burguesa heterosexual, sin ser consciente de ello, en una especie de falsa conciencia de género. Porque, además “el amor también puede consistir en querer, por encima de todo, la dicha de quien se ama” o acaso no decía ya Bakunin que nuestra libertad se multiplica con la libertad de lxs otrxs. En el amor, como en todo lo demás, “solo es la abundancia lo que aniquila los celos y la envidia”[2].
Pero como sé que “decirle que sí al sexo no es decirle que no al poder”, convertirse en una insurrecta sexual no se trata de levantar las barreras a la ebullición de las pulsiones reprimidas, en una búsqueda incesante de tantos amantes como personas deseables encuentro a mi paso. Por el contrario, se trata de una intensificación de los placeres, nuevos modos de amar, nuevas relaciones eróticas que resistan el disciplinamiento de la sexualidad e incrementen los placeres y goces para intervenir corporalmente sobre la realidad y transformarla. Una resistencia eficaz a la productividad heteronormativa que se ha metido en nuestras vidas con nuestro beneplácito y nos ha privado de vidas amatorias más excitantes, más extremas, de más riesgo para lograr una contraproductividad, que juegue deliberadamente en las superficies de nuestros cuerpos con formas o intensidades de placer y fruición no abarcadas, por decirlo así, por las clasificaciones autoritarias que hasta ahora nos han dictado autoritariamente qué es el sexo y cuál su sexualidad.
La propuesta es pensar el cuerpo como lugar de resistencia contra la construcción biopolítica, reclamando formas de hipersexualización de las funciones sexuales en total ruptura con las formas tradicionales del feminismo standard, deconstruyendo sistemáticamente, no solo el deseo sino las prácticas sexuales del sistema de género hegemónico, y el sistema de género entero. Contraproductividad, placer-saber, excitación permanente que nos haga salir de la cadena productora -reproductora (llámense hijos, llámense prácticas, llámese relaciones, o cosas), siempre siendo conscientes de que no hay sexualidades puras,- ni contrasexualidades puras-, pero lo que si puede haber es incomodidad y resistencia, y que la sexualidad no es ese terreno innombrable y menor, natural y meramente inconsciente o peor pre consciente, sino el dispositivo por donde emerge el poder con gran potencia en su estado más naturalizado. De allí la necesidad de una plena consciencia sexual (una insurgencia), sexualizando la totalidad de la superficie del cuerpo, fetichizándolo todo, y desidentificando los órganos reproductores con los órganos sexuales (tarea fácilmente realizable para la mujer que sabe desde mediados de los 40, contra la vulgata reaccionaria, y gracias a J&J que el único orgasmo posible es el del clítoris que no forma parte del aparato reproductor[3]).
Y, lamentablemente, esta praxis de resistencia, este aprendizaje sexual de autoconocimiento, construcción y erotismo que desea redundar en una mayor riqueza libidinal y en la destrucción de los tabúes sociales, indicadores del grado de represión socio-ideológica y testimonio de la alienación humana, no será llevada adelante sin esfuerzo, sin conciencia, sin apoyo mutuo de otras individualidades y especialmente sin voluntad para deshacerse de los privilegios de género que claramente producen opresiones y exclusiones. Como ya se habrán dado cuenta, no creo en el sexo como una pulsión natural, ni como órgano ni como práctica. Por el contrario, siguiendo a Preciado y a Foucault, lo concibo como una tecnología de dominación heterosocial que reduce el cuerpo a zonas erógenas en función de una distribución asimétrica del poder de los géneros y sus expresiones y disciplinas. El sistema heterosexual como orden político, en palabras de Wittig, divide y fragmenta el cuerpo identificando zonas como centros naturales de la diferencia sexual. Los roles y las prácticas que se atribuyen a los géneros masculinos son un conjunto arbitrario de regulaciones inscritas en los cuerpos que aseguran la explotación material de un sexo sobre otro privilegiando el pene (cierto tipo de pene con ciertas medidas y para ciertas practicas y no otras) como lugar privilegiado del intercambio sexual, y restando desde ya, creatividad, y como no, placer, a un refugio de nuestra libertad, siendo la perversión, en una opinión un poco apresurada, un bastión de resistencia, porque cita descontextualizadamente, improductivamente a una sexualidad otra que desenmascara a la sexualidad disciplinatoria como ideología heterocentrada.
¿Díficil? Ciertamente, como todas las luchas. ¿Imposible? De ningún modo. Sin duda las sexualidades contrahegemónicas y las relaciones y vínculos de afinidad que ellas concitan son deseables y necesarias para vivir hoy como nos gustaría vivir mañana.
Leonor Silvestri
leocatlove@gmail.com
http://www.leomiau76.blogspot.com/
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[1] Con esto no estoy queriendo decir que anteriormente y en todas las culturas existiera el amor libre para y entre mujeres.
[2] “El amor entre anarcoindividualistas”, E. Armand en El Amor libre, Eros y Anarquia de Osvaldo Baigorria (comp.)
[3] Probablemente las personas de las sociedades prehistóricas tuvieron la capacidad de tener estos dos aspectos mayormente escindidos debido al fenómeno conocido como partenogénesis, donde se ignoraba cuál era la intervención del varón en la reproducción de la especie, y por ende la sexualidad estaba completamente secularizada de la reproducción.
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